Detrás de una aparente protección y amor, muchos niños en nuestro país están siendo víctimas de un oscuro y perverso juego: la manipulación infantil. En estos casos, los niños son utilizados como piezas vulnerables en conflictos familiares, especialmente en procesos de divorcio y custodia, donde algunos padres presentan acusaciones falsas de abuso con el fin de obtener beneficios económicos o personales.
Imagina ser un niño de cinco años, jugando en el parque, ajeno a cualquier preocupación. De repente, ese mundo de inocencia se desmorona cuando una figura de confianza, como tu madre, te asegura que has sido víctima de un abuso terrible. A partir de ese momento, te someten a exámenes médicos, terapias, y te sumergen en un ambiente de dolor y confusión. Los resultados, sin embargo, no muestran ninguna evidencia de lo que te han dicho. Pero tu madre insiste, repite la historia una y otra vez, hasta que comienzas a dudar de tu propia realidad.
Este tipo de situaciones, más comunes de lo que se quisiera aceptar, dejan secuelas profundas en la vida de los niños. El abuso no es físico, pero el daño emocional es devastador. Crecer después de una experiencia así puede afectar gravemente la capacidad de confiar en los demás, la percepción de la realidad, e incluso el desarrollo emocional.
Las falsas acusaciones de abuso, impulsadas por deseos de venganza o de obtener una ventaja en procesos legales, no solo destruyen relaciones familiares, sino que colocan a los niños en el centro de un sufrimiento innecesario. Las autoridades y la sociedad deben prestar más atención a esta problemática, velando por la protección real de los menores y asegurando que no sean utilizados como instrume