Randa Hasfura Anastas, destacó en su reciente opinión que en décadas, El Salvador vivió de espaldas a su propio esplendor. Sus montañas, sus volcanes imponentes y sus playas de fuego parecían un secreto guardado entre la bruma de una historia convulsa. El mundo oía su nombre, sí, pero rara vez lo asociaba con belleza o esperanza. Hoy, sin embargo, el país ha decidido reconciliarse con su identidad, mirarse de nuevo en el espejo del mar y descubrir en su reflejo una historia distinta: la del renacimiento a través del turismo.
El viajero que llega a suelo salvadoreño siente en el aire una energía nueva. El pequeño país del istmo centroamericano ya no se define por sus cicatrices, sino por su vitalidad. Desde los amaneceres en el volcán de Izalco hasta los atardeceres dorados de El Tunco, cada rincón cuenta una historia de transformación. En los pueblos coloniales como Suchitoto y Ataco, el tiempo parece detenerse, y en los cafetales de altura se respira el pulso tranquilo de una nación que aprendió a reinventarse.
Este resurgimiento no es casualidad. Detrás del auge turístico hay una visión estratégica y un liderazgo decidido, encabezado por la Ministra de Turismo, quien con pasión y compromiso ha logrado que el mundo mire hacia El Salvador con admiración. Gracias a una política basada en la seguridad, la sostenibilidad y la promoción cultural, el país ha pasado de ser un destino desconocido a convertirse en un referente regional de desarrollo y confianza.
Pero más allá de las cifras o los reconocimientos, el turismo se ha convertido en una forma de reconstrucción espiritual. Comunidades que antes vivían del olvido ahora viven del encuentro. Jóvenes que soñaban con migrar hoy encuentran razones para quedarse y emprender. Cada visitante que pisa suelo salvadoreño se convierte en testigo de un relato de esperanza colectiva.
El Salvador también ha entendido que el turismo puede ser una herramienta de diplomacia y unión entre pueblos, una manera de mostrar que la alegría, la hospitalidad y la resiliencia son parte de su ADN.
Y esa transformación encontrará su punto culminante en septiembre de 2026, cuando el país sea sede, por primera vez en la historia, del Día Internacional del Turismo, proclamado por ONU Turismo. Ese día, El Salvador no solo mostrará sus playas, su cultura y su gente: mostrará al mundo su espíritu, ese que ha resurgido de entre las sombras para brillar con fuerza propia.
Porque al final, El Salvador ha comprendido que el turismo no es solo recibir visitantes, sino abrir el alma. Y en esa apertura luminosa se resume su nueva historia: la de un país que, después de tanto silencio, vuelve a hablarle al mundo con voz firme y mirada clara, porque volvió a mirarse en el espejo del mar.