A lo largo del último siglo, la elección de un nuevo Papa ha sido un proceso relativamente breve, con cónclaves que rara vez se extienden más allá de los cinco días. La historia reciente demuestra que, pese a la complejidad del evento, el consenso entre los cardenales suele alcanzarse con rapidez.
Tras la muerte del papa Francisco, este lunes comenzaron los preparativos para su funeral y también los rituales y ceremonias para elegir a quien será su sucesor. Días frenéticos y extraños en el Vaticano, en los que se mezcla la tristeza y la urgencia de pensar en el futuro, en un escenario mundial extremadamente complejo y con una Iglesia muy dividida entre los tradicionalistas y los progresistas.
El nombre de la reunión proviene del latín “cum clave”, que significa “bajo llave” y se trata de una instancia en la que todos los cardenales menores de 80 años se reúnen en la Capilla Sixtina, a puerta estrictamente cerrada, para elegir un sucesor al difunto, y no volverán a la “libertad” hasta completar su misión.
La “sede vacante” sigue un ritual claramente estipulado en el que “nada se ha de innovar”, según obliga el Derecho Canónico.
El cónclave más largo fue el de 1922, cuando Pío XI fue elegido tras cinco días de deliberaciones. Desde entonces, ningún cónclave ha durado tanto. De hecho, en varias ocasiones, el proceso concluyó en apenas dos días, como sucedió con las elecciones de Pío XII (1939), Juan Pablo I (1978), Benedicto XVI (2005) y Francisco (2013).
Otros cónclaves se resolvieron en un rango intermedio: Juan XXIII fue elegido en cuatro días en 1958, Pablo VI en tres días en 1963, y Juan Pablo II, también en tres días, durante su elección en octubre de 1978, apenas semanas después del fallecimiento de su predecesor.
Este repaso histórico muestra que, si bien el cónclave es un proceso reservado y lleno de simbolismo, la decisión del futuro líder de la Iglesia Católica suele concretarse con agilidad y consenso.